Globalización: de Acapulco a Esuatini.

Si viajamos los 14.900 Km que separan las playas de Acapulco de la capital del otrora Reino de Suazilandia, ahora Esuatini, ¿qué deseamos encontrar?, ¿qué queremos fotografiar, comer, comprar, recordar?.. Obviamente lo más exótico y autóctono de un lugar remoto. Buscamos encontrar algo que nos sorprenda. Oler, saborear y oír nuevas cosas. Cuanto más único y cuanto más “de otro mundo”, mejor. Pues bien, al ritmo que vamos no es de extrañar que en algunos lustros veamos alguna calle en Lubombo con los rótulos de McDonalds, H&M y exagerando un tanto, con Uber.

Esto es un fenómeno de influencia intercultural, agresivo y constante: productos y servicios globalizados que se adquieren en cualquier lugar del mundo, con moneda local y ajustados al entorno. Lo que en términos antropológicos llamamos asimilación y superposición: La inevitable influencia de una cultura mayor y globalizada, cada vez más homogénea, que actúa sobre culturas más pequeñas y frágiles. Esta amenaza, que juega un papel degradante para los elementos más autóctonos y vírgenes en cada lugar del mundo, los ajenos a la globalización, son también el primer frente para la disolución de la identidad local, que inicia y se traslada a las personas, la sociedad y por último a la cultura de un pueblo o país, donde solo quedará la bandera como logotipo para un producto de marca blanca.

El otro frente de este disolvente de identidades es la de los medios. De vieja data, la radio, la TV y ahora servicios y tecnologías como Netflix, Spotify y Whatsapp han creado sus propios ecosistemas de culto que definen aquí o allá las tendencias y hasta la jerga de las presentes y futuras generaciones

También es grave nuestra visión doblemente ignorante. Desde aquí vemos este fenómeno sin querer incluir en la fórmula dos factores de peso. El primero y de siempre; Europa como ombligo del mundo, y el segundo; el auge de otras culturas transformadoras y apisonadoras de otras menores. Como el fenómeno chino, que no es más que la suma de estilos de vida de ricos occidentales y propios en una gran amalgama de globalización a la décima potencia. ¿Identidad cero?.

Poco a poco estamos cayendo en el error auto-impuesto de homogeneizar lo que durante miles de años ha sido una de nuestras más grandes virtudes, la diversidad social y cultural. 

Eric Wolf, maestro del fenómeno de la Globalización expone claramente las causas y efectos de la globalización en su libro Europa y la gente sin historia. 1982.

Eric Wolf. Extracto de Europa y la gente sin historia. (p.39)

Globalización. Amenaza social

Según E. Wolf, el trabajo no es solo un asunto de productividad, sino de significado social para las personas. Las prácticas del “Think global. Act local” y su contraparte el “Think Local. Act global” tienen su riesgo. En resumen, “Glocal” o “Lobal”, en una dirección u otra, son prácticas que tienden a conectar lo mejor de ambos contextos tecnológicos y sociales, aunque también tienden a diluir la identidad de las partes con sus efectos positivos y negativos, cómo por ejemplo la apropiación de identidades, ideas y diseños de gran valor para una comunidad por parte de grandes capitales y marcas, disolviendo por completo la autenticidad y la exclusividad de los procesos de fabricación y la mano de obra de origen, sustento económico y asunto de interés turístico y comercial en esas pequeñas comunidades, atentando contra los modos de vida de sus habitantes y en definitiva la subsistencia de sus tradiciones ancestrales, su identidad cultural.

Este fenómeno lo vemos a diario cuando firmas de diseño introducen en sus globalizados catálogos, productos de los que la técnica, la apariencia y la autoría han pertenecido a pequeñas comunidades remotas por cientos de años sin que estas personas vean un beneficio directo a cambio de su aportación al patrimonio cultural y artístico universal del que todos disfrutamos.

Volvamos a Esuatini.

Se llama estilo «Swazi» el de los diseños, pintura, productos y textiles provenientes de Esuatini (recordemos que fue Swaziland). Tiene un carácter muy africano. De altos contrastes ornamentales y cromáticos, las cestas y los Attire* se convierten en productos típicos del lugar y son parte importante de la identidad cultural de este pequeño país, que se ha convertido en un pequeño pero importante productor y exportador de estos textiles a otros países africanos, Europa y Estados Unidos. Un ejemplo de exportación de imagen de un pueblo gracias a un producto dotado de identidad y culto.

*El Attire es la prenda de vestir típica de hombres y principalmente mujeres. Suele utilizarse en ocasiones especiales, fiestas y eventos de gala por todos los suazis. Consiste en un paño cuadrado muy grande con el que se envuelve el cuerpo, desde el pecho hasta los muslos. Suelen ser tricolor, con un color básico de fondo, en su mayoría rojo. Le acompaña una composición de elementos en blanco y negro a modo de marco y uno principal, más grande, en el medio, que puede ser un animal, el rostro de una persona o un escudo como el de la bandera nacional. También puede haberlos en azul, amarillo, naranja o verde con la misma composición. Hasta el Rey Mswati III, máxima autoridad, viste esta prenda como cualquier otro.

Por otro lado tenemos las cestas swazi. Elaboradas por mujeres con una técnica artesanal ancestral, muy común en otros lugares del mundo, tal vez exportada cuando la época de la esclavitud, llegando a América y Asia. Una de las técnicas, llamada Lavumisa y transmitida de madre a hija durante décadas, consiste en agrupar fibras de una hierba llamada Lutindzi que, una vez secadas se trabajan en crudo o teñidas de color. Estas se agrupan creando una cuerda gruesa que se va enrollando concentricamente para dar forma a cestas de gran diámetro, algunas sin tapa. Estas cestas se acompañan con motivos gráficos de uno o varios colores que, y aquí entramos en el debate, se pueden encontrar en muchos otros productos industrializados. ¿Casualidad?, ¿inspiración?, ¿plagio?.

Gone Rural es una iniciativa fundada en los años 70 por Jenny Thorne creando un modelo de negocio de Comercio Justo que hoy día involucra a más de 700 mujeres suazis en la fabricación y comercialización de estas cestas. Al ser un sustento económico estable y digno, la implicación de las artesanas es mayor, aumentando la motivación y fomentando la experimentación e innovación de nuevas técnicas y diseños.

Cortesía: Gone Rural Swaziland

...Y ahora a Acapulco

Otro caso de «objetos para la exportación de identidades» es la Silla Acapulco. Reconocida por su apariencia y el lenguaje «exótico» que le destaca, es una mezcla de trópico y playas del Pacífico. Pero también es famosa por el debate de su origen y las diversas, o ninguna, autorías de diseño que se le adjudican. Sin duda su inspiración proviene de civilizaciones mexicanas precolombinas: maya, azteca o zapoteca, tomando en cuenta las técnicas de tejidos con fibras y palmas dominadas por estas. En años más recientes se incluyó el uso de varas de metal para la estructura. Este tipo de silla y su técnica se pueden encontrar en toda la región extendiéndose por el Caribe, Venezuela, Colombia, Centroamérica y costa pacífica de Ecuador y Perú, siendo la silla Acapulco la que logró ganarse un lugar en el repertorio de sillas de «diseño» a nivel mundial, inspirando a diseñadores e imitadores de todas partes.

Acapulco Design es una firma establecida en Munich (Alemania). Uno de los tantos fabricantes de esta silla que, en este caso, las produce exitosamente en México, con tiendas en diversas ciudades alemanas, lo que aseguraría según los estereotipos bien sabidos, los dos ingredientes de éxito que corresponde a cada parte. México: la artesanía, la identidad, la conexión entre el producto y el productor, la mano de obra, el origen. Por otro lado, Alemania: el rigor, la calidad, la economía, la logística de distribución local y europea – moneda única -. Un ejemplo perfecto de globalización. Pero, ¿y si fuese al revés? fabricando las sillas Acapulco en Alemania y venderlas a precio de «diseño» en México?

Con este escenario, la lectura es clara. La globalización no es imparcial. No es igual y parece ser unidireccional, derrumbando el mito del GlocalLobal, sacando a la luz la cruda realidad de la cesión y apropiación de identidades de unos sobre otros.

Sin embargo no todo es malo. Si bien no hablamos de un 100% de ventajas recíprocas, existe algo bueno en todo esto. Tenemos los casos anteriores de Gone Rural, el de Acapulco Design y el de muchos grandes fabricantes que ponen a nuestro alcance productos con apariencia, estilo y materiales que no serían posibles de conocer y adquirir a menos que se viaje a esos lugares remotos. Por otro lado, con este intercambio comercial, a miles de kilómetros de distancia de su origen, se pone al conocimiento de otros sobre la existencia de las personas y las historias detrás de cada producto. Dicho de otro modo, la gente de aquí se entera de la existencia de la gente, costumbres y cosas de allá. Digamos que es un intercambio cultural encubierto, no directo, pero intercambio al fin. 

Este equilibrio entre proteger y compartir lo propio tiene la balanza inclinada claramente hacia un lado, al de la amenaza constante sobre esos pequeños focos de identidad artística, social y cultural que aun quedan en el mundo. Como una aplanadora, la globalización, que nos permite viajar y tomar fotos donde quiera, es al mismo tiempo la que está extinguiendo esa variedad que buscamos.

Nos queda una interrogante algo paradójica. ¿Favorece la globalización, la comunicación sin límites y la estandarizaciòn del consumo, al fortalecimiento de las pequeñas culturas?

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