Un objeto. Dos culturas

Así es el ser humano. Un ser capaz de conectar sus creencias con su entorno a través de objetos cargados de memoria y simbolismo.

Es fundamental hacer una reflexión sobre el origen y uso de las cosas en las culturas remotas.

No habría diseño sin objetos, sin problemas que resolver, y mucho menos, sin el ingenio humano. Pero tampoco sin el intercambio de conocimiento entre las diversas culturas que han poblado la tierra.

Este intercambio de conocimiento a lo largo de la historia, ha creado un inmenso repertorio de productos elaborados concienzudamente que hoy día siguen siendo vigentes en contextos donde la tecnología y lo digital, aparentemente, lo han resuelto todo.

Es necesario hacer un ejercicio de abstracción cuando se conversa sobre aquellas cosas creadas hace tres mil o 10 mil años, donde una piedra, un hueso o una rama eran un martillo, y también un clavo. Pocos recursos y mucho ingenio primitivo dieron solución a muchos problemas, abriendo nuevas puertas para la evolución del ingenio humano.

Viajemos al mundo de hoy para revisar un concepto simple, como el de clavar. ¿Que son un martillo y un clavo?. Literal, simbólica o semánticamente hablando; en el amor «un clavo saca otro clavo», en la biología el tiburón martillo no martilla, tecnológicamente hablando, clavamos con otras herramientas y no solo con martillos. Y así cientos de alternativas más a partir de ese «clavo y martillo».

Entonces, cuando decimos abstracción, nos referimos a que mucho de lo que conocemos hoy está influenciado por muchas cosas – diseños – ancestrales, que debemos imaginar por su significado y simbolismo más que por su forma y función. No es algo literal.

Ese diseño ancestral demuestra que para determinadas labores eran necesarios determinados objetos y acciones. Objetos que hoy están definidos y contextualizados, pero que a algunos cientos de kilómetros más allá, tienen mismo o diferente uso, tal vez otra forma y nombres totalmente diversos.

Imaginemos a unos niños en la década de 1960, sentados en una acera bien pavimentada frente a una casa bien equipada, al lado de un reluciente coche con olor a nuevo, jugando a las canicas, las clásicas de vidrio de toda la vida. Uno de ellos, tiene la mejor canica. La canica ganadora, la campeona. Una canica azul, a la que él llama «Trueno». Con ella golpea todas las canicas de sus contrincantes. Son el niño y la canica que siempre ganan.

Pues bien, Nigel Barley, en su libro El antropólogo inocente (1962), nos muestra su asombro, algo compasivo, cuando descubre que el chamán de la lluvia del país Dowayo* guardaba un gran secreto. Un ancestral objeto necesario para invocar a la lluvia. Este misterioso elemento formaba parte de un kit conservado dentro de un cuerno de cabra, que contenía un tapón de lana de cabra, un anillo, y el enigmático objeto, heredado de generación en generación y de valor incalculable… una esfera de vidrio azul… Si, una canica.

Lo asombroso de esto es que para toda una tribu, un pueblo de miles de habitantes, no sería posible la lluvia sin esa canica azul. Asunto de suma importancia por la influencia de la lluvia en cada uno de los dowayos: en las costumbres, las normas de convivencia, en las creencias sobre la fertilidad y menstruación de las mujeres, el paso a la madurez de los niños, las cosechas, la vida, la muerte y un sin fin de etcéteras.

Dicho esto, los paralelismos y las trayectorias en la vida de un mismo objeto pueden ser abismalmente diferentes. De alguna manera, una sola canica azul llegó al país Dowayo y se convirtió en parte esencial de un ritual, de un culto que definió durante décadas el presente y futuro de cientos de personas al que se le atribuyó un efecto directo sobre uno de los fenómenos más importantes presentes en la naturaleza, mientras que en otro lugar del mundo, unos niños que saben perfectamente que la lluvia es un fenómeno natural sin más (evaporación – condensación – lluvia – mares y ríos…), juegan aplicando su fantasía imaginando que esa pequeña esfera de vidrio es, muy probablemente, un bólido, una moto o algo de nuestro mundo material, artificial e industrializado.

Llegados a este punto, sería fascinante enfrentar estos dos mundos.

Imaginemos un gran momento 30 años después. El chamán dowayo sentado junto a aquel niño, ya adulto, conduciendo un todoterreno de turismo silvestre en un Camerún más moderno, por allá en los años 90. El primero con su canica en el bolsillo izquierdo envuelta en un trapo de lana de cabra, y el segundo, con «Trueno» la canica invencible , desgastada, perforada y convertida en un llavero en su bolsillo derecho.

Dos culturas, dos mundos, dos creencias a pocos centímetros de distancia y miles de anécdotas Ambos viajando con sus amuletos.

Así es el ser humano. Un ser capaz de conectar sus creencias con su entorno a través de objetos cargados de memoria y simbolismo.

IV. Designthropologist

El Antropólogo Inocente. Barley, Nigel. 1983. Editorial Anagrama. Versión en español. ISBN 978-84-339-0262-7

Nigel Barley (Kingston upon Thames, 1947) es antropólogo, y hasta 2003 fue conservador especializado en África septentrional y occidental del Museum of Mankind del Museo Británico. Tras licenciarse en Lenguas Mo­dernas en Cambridge, se doctoró en Antropología Social en Oxford. En Anagrama ha publicado su celebérrimo El antropólogo inocente, así como Una plaga de orugas, No es un deporte de riesgo y Bailando sobre la tumba

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